No son los mejores tiempos para la Humanidad. Crisis globales, pandemias que nos dejan confinados y sin poder salir a la calle durante semanas, conflictos armados repartidos por todo el mundo y alguna que otra guerra mundial a las puertas… Pareciera que el siglo XXI está haciendo esfuerzos por convertirse en el más intenso y atroz de todos, y vaya casualidad que nos ha tocado a nosotros vivirlo. Es una sensación, sin embargo, que se repite bastante en cada generación. La anterior tuvo que sufrir dictaduras y guerras, y la de principios del siglo XX se comió dos conflictos a nivel mundial, absolutamente devastadores, y enfermedades incurables. Y todo ello sin Internet, lo cual no terminamos de decidir si es mejor o peor. El caso es que los tiempos oscuros parecen haber vuelto con fuerza, si es que alguna vez se fueron. Pero sea como fuere, la humanidad vive hoy mucho más cómoda que hace siglos, cuando estos mismos tiempos se llevaban por delante a más de la mitad de la población.
Solo imaginen el tener que viajar a una ciudad que esté a apenas 500 kilómetros, la distancia entre Sevilla y Madrid, por ejemplo. Hoy tenemos formas de ir y volver en el mismo día y nos sobra tiempo. En la era medieval, estos viajes duraban días, incluso semanas, y en cada uno de ellos la gente se jugaba la vida. Los ladrones y bandoleros trabajaban en aquellos caminos para robar en los carruajes que iban desprotegidos. Los animales salvajes también podían llegar a ser un peligro si la noche cogía desprevenida a la caravana. Para evitar ese tipo de sobresaltos, los caminos marcados estaban repletos de tabernas y posadas donde uno podía descansar del trayecto del día, comer algo… y también divertirse, por supuesto. Lo que hoy serían las ventas y restaurantes de carretera surgieron hace siglos como lugares ineludibles para los viajeros. Calmar la sed, saciar el hambre y descansar sabiendo que estás a salvo, en un buen cobijo… Por unas pocas monedas, las posadas antiguas podían salvarte la vida, y alegrarte el cuerpo, si todavía te quedaban ganas de fiesta.
Las primeras posadas y albergues
El comercio siempre ha sido lo que ha movido el mundo. Desde que el hombre comenzó a realizar largos viajes de negocios, para compartir e intercambiar bienes, las rutas de comerciales se llenaron de lugares de reposo donde poder alimentarse y dormir. Las posadas y las tabernas tenían mucho en común, ya que en ambas se podía comer y descansar. En las primeras había habitaciones disponibles para el alquiler mientras que en la segunda, la comida solía ser deliciosa, y era foco de reunión de todo tipo de personajes. Allí donde los delincuentes y las prostitutas se sentaban a la mesa con los nobles y los caballeros. En cuanto a los albergues, surgieron para los peregrinos del Camino de Santiago y se extendieron luego por toda Europa. Menos lujosos, al menos permitían tener un lecho junto al fuego en las largas y frías noches de invierno.
Descanso y cobijo para los viajeros
Hoy en día, los hoteles y los restaurantes suelen estar separados y ofrecer cosas muy distintas a los viajeros que hacen noche en una ciudad o en una carretera. Sin embargo, en aquellos tiempos, la misma posada o taberna lo ofrecía todo al peregrino, para que pudiera parar a descansar y de paso, disfrutar de un buen festín. Estos negocios surgieron de la pura necesidad de los viajeros por detenerse en lugares seguros por la noche. Más seguros que quedarse al raso, al menos, porque en estas tabernas también podías ser atacado, robado e incluso asesinado. Para evitar este tipo de problemas, los posaderos trataban de mantener el orden en su negocio, sabiendo que nadie querría parar allí donde le podían cortar el cuello.
El descanso era primordial así que los dueños de las posadas y tabernas ubicaban, normalmente en el piso superior, una serie de habitaciones preparadas para los viajeros. Los lechos eran razonablemente cómodos y además había chimenea en la mayoría de ellas, para poder calentarse en las frías noches de invierno. Como ocurre en la actualidad, en muchas posadas existían habitaciones diferentes, algunas más lujosas que otras, donde se alojaba la gente noble y pudiente. Los menos favorecidos solían quedarse en las habitaciones más pequeñas y frías, o incluso en albergues, donde no había servicio de comidas y lo habitual era dormir todos juntos en el suelo de un gran salón. Cualquier cosa antes que quedar a merced de los ladrones o las alimañas en la noche oscura.
La prostitución, habitual en estos lugares
Tampoco sorprende mucho saber que, entre el público habitual de estas tabernas, las prostitutas eran las estrellas invitadas más deseadas. Allí donde hay dinero hay prostitución, y eso es algo que la propia Historia se ha encargado de enseñarnos. Desde Grecia a Roma, pasando por los imperios coloniales y terminando hoy día, en los burdeles que se mantienen en muchas carreteras. Los viajeros vienen sedientes, hambrientos… y con ganas de pasar un buen rato y divertirse a lo grande. Por eso algunos llegaban a pagar más incluso por los servicios de las prostitutas que por la propia comida o el alojamiento en estas posadas. Las prioridades debían estar muy claras en aquellos tiempos…
Había lugares exclusivos para este tipo de encuentros, como las casas de citas o las mancebías, pero lo habitual era que las prostitutas ocuparan un lugar imprescindible también en las posadas. En muchas ocasiones, las tabernas no eran más que burdeles encubiertos, porque el dueño entendía que lo que más dinero daba era precisamente el sexo. Las chicas esperaban a los viajeros sentadas en alguna mesa, les seducían y terminaban con ellos en las habitaciones de arriba. Para la mayoría, era la única forma de sobrevivir, estando además seguras en un lugar donde no les iban a faltar clientes. Los burdeles siguen hoy en día esa misma fórmula, e incluso ofrecen bebidas a los clientes, aunque lo de quedarse a dormir y a comer parece ya de otro tiempo.
Una tradición que continúa
Las cosas han cambiado y es natural que siglos después, el concepto de taberna/posada/burdel haya quedado obsoleto. O puede que no del todo… Todavía hay lugares en muchas ciudades especialmente asiáticas y latinoamericanas donde esta fórmula se sigue dando hoy día. Allá donde la prostitución está prohibida, estas posadas siguen siendo un lugar perfecto de encuentro entre clientes y trabajadoras sexuales, que alquilan las habitaciones para pasar un rato de placer con ellos. Los que paran en estos locales suelen ser viajeros que hacen rutas largas y necesitan descansar y dejar atrás las preocupaciones. Nada mejor que un encuentro con una chica ardiente después de llenarnos la panza y antes de descansar para afrontar una nueva jornada de viaje y trabajo. Otra más, tal vez con una nueva posada como destino…